A Alberto Campuzano, mi compadre
Érase una vez un castillo hermoso donde vivían felices una pareja de enamorados. En los parajes llenos de verde que rodeaban al castillo había un pequeño jardín, cercado por un muro que tenía una puerta de madera. En el centro del jardín había una estructura que sostenía un columpio donde la dueña solía mecerse rodeada de flores dejándose encantar. Un día, ella resbaló del columpio y murió. Su esposo no pudo soportar su pérdida, clausuró el jardín y nunca más quiso que se abriera, trataba de olvidarlo. Su pena conjuró un hechizo provocando que el jardín se mantuviera como muerto al igual que él. Sus plantas pasaron años esperando una primavera que nunca llegaba y así transcurrieron las demás estaciones mientras los tallos se resistían por dentro. La sobrina del desdichado viudo llegó al castillo porque su madre la había abandonado, ella también estaba triste y su tío se ausentaba mucho, solamente regresaba al castillo cada invierno. La niña descubrió la llave de la puerta que daba al jardín clausurado, decidió que sería su secreto y lo cuidó con amor, sembró nuevas flores y puso todas sus esperanzas en la llegada de la siguiente primavera. El cielo comenzó a verter lluvias finalmente y las plantas del jardín volvieron a reverdecer llenándose de flores. Ella estaba a punto de dormir y deseó con todo su corazón que su tío regresara pronunciando las palabras mágicas– ¡Jardín encantado, tráelo de vuelta! El tío dormía en su otra residencia lejos de la niña y en sueños vio a su amada esposa sentada en el columpio mientras le decía– ¡Amor, estoy aquí en el jardín con la niña! Se levantó alterado, saltó de la cama y decidió volver de inmediato al castillo. La niña estaba sentada en el columpio, se mecía con fuerzas y reía. Su tío arribó al castillo en su carruaje y con gran curiosidad corrió hacia el jardín y entró, al ver lo que la niña había hecho, se enterneció. Ella había conseguido que el jardín volviera a sonreír, logró neutralizar el hechizo sin quitarle su encantamiento. Su tío corrió hacia ella y la abrazó, se abrazaron. El castillo recuperó las antiguas monotonías de la verdadera dicha y su amo adoptó a la niña. A partir de ese momento, el jardín encantado floreció cada primavera fruto de la magia que sólo posee el amor definitivo. Ya había olvidado cuando estuvo hechizado y sus flores bromeaban cantando Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
29 de mayo del 2005
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