A mi familia de México: mis amigos
A Javier Castellanos
Estaba dentro de un pozo oscuro en un país ajeno, tenía paredes babosas y muy erguidas. Al principio pensé que era la única criatura que habitaba ese pozo, pero poco a poco fui familiarizándome con sus moradores. Había animales de muchos sitios, unos venían de muy lejos, otros de cerca y algunos habían nacido allí. Yo quería saber que pasaba con su situación metidos en ese pozo, porque yo no estaba muy feliz y me sentía atrapada. Comencé a conocerlos y realizar una pequeña encuesta de opiniones, que de antemano sabía que resultaría incómoda para ellos. Lo sabía porque a nadie le gusta el exilio.
Al primero que conocí fue al cara de niño, era un ser diminuto y oriundo del lugar, pero tenía un problema, producía fobias en los otros. En su vida anterior fuera del pozo, vivía con miedo porque no quería decepcionar a los demás, por fuera aparentaba una gran seguridad disfrazada de intelecto, pero por dentro los miedos lo paralizaban. Estaba contrariado porque quería ser un bicho lúcido, pero la gente lo tomaba por irresponsable, impuntual y algo apático. Su vida transcurrió así mucho tiempo, hasta que sintió que no podía remediar lo que le pasaba y que lo mejor que podía hacer era ausentarse y vivir en el exilio, en el pozo. Todos los que llegan a ese pozo se creen solos como yo, poco a poco se reconocen acompañados en sus circunstancias y hasta escuchan chismes de otros animales que han podido salir, eso los anima. Eso sí, hay compañías que inspiran y otras que derrotan.
Mi segunda entrevistada fue una mariposa que insólitamente vivía en su tercera crisálida dentro del pozo, a todos le gustaba su compañía porque retozaba, jugaba y hacía reír, pero luego de un rato se ponía demandante y egoísta, quería la atención de todos y sentía una necesidad casi humana de cuidados, en fin no había asumido que ya podía volar, ¿cuántas crisálidas le harían falta a la pobre para entenderlo? Yo estuve muchos años unida con un cordón a su crisálida y como ella precisaba cuidados y yo necesitaba darlos, permanecimos unidas por mucho tiempo. Ya no estamos unidas, se mudó a otro lado del pozo y no la extraño, la verdad.
El tercer entrevistado fue el buen camaleón, creativo y nervioso, era de estos reptiles que o los amas o los odias. Usaba su carisma y su mimetismo para agradar a la gente, le gustaba ser gustado, pero se sentía frágil y se metía en muchos aprietos, siempre contaba sus penurias, quizás para ser oído o quizás para espantar su inestabilidad.
También había una saltamontes que me impresionaba entraba y salía a rebotes del gran hoyo, a veces nos acompañaba un rato, vivía allí por unos días, pero siempre lograba salir, decía que tenía afuera motivaciones muy fuertes y lo creo. Un buen día, ya no regresó más, era vivaracha y ocurrente, me gustaba su compañía y la recuerdo con cariño.
Ella me recuerda la quinta audiencia, fue con la mantis religiosa, ser curioso de patas largas, de aspecto frágil e ingenuo. Siempre con una actitud desvalida acompañada de una gran sonrisa. Vivía en el pozo, pero algo en ella la hacía pensar que estaba afuera, nunca entendí, lo único que sé es que sigue ahí y aún sonríe. Su sonrisa es amenazante para mí, me recuerda que se puede nadar en las orillas y en la superficie sin conocer las profundidades, algo que hice muy bien en mi tierra natal.
Un mosquito siempre estaba girando en el aire, parecía mareado, esperé que se estacionara cerca de mí, para interrogarlo. Me decía que ya no quería vivir en el pozo, pero no sabía como salir, extrañaba la buena sangre y tenía tiempo conformándose con la sangre de una chinche que sabía muy mal. Lo animé a volar hacia la luz, porque en lo más alto del pozo siempre veíamos amanecer y atardecer.
Me enteré que el viejo cigarrón se fue del pozo porque se cansó de estar en el exilio, dicen que se devolvió a su granja y que está muy feliz.
Así pasé de entrevista en entrevista, de cara en cara, trataba de no ver a las cucarachas y a las moscas, a ellas no quería interrogarlas, pero estaban ahí siempre criticando y ruidosas.
Al fondo del pozo, pero no por eso menos importante, estaba un gran coco, era un ser que estaba y no estaba, era como un fantasma de coco, sufría mucho y por eso tenía una cara larga y seria. Creo que estaba y no estaba porque yo a veces lo podía ver y a veces no. Quizás a todos los demás bichos les pasaba lo mismo, pero nunca les pregunté si lo veían. Antes de llegar al pozo lo vi muchas veces y trataba de alejarme, estaba abrazado a una ranita roja, creo que ella ahora no está porque logró zafarse y ahora juguetea en una selva verde muy verde.
A medida que avanzaba en mis entrevistas me quedó muy claro que del territorio de origen no depende el lugar donde se decide habitar, finalmente en el pozo convivían diferentes gentilicios y conflictos.
Quería comunicarme con el buen cigarrón o con la saltamontes alegre y decirles que hicieron para poder salir de aquí. Grité para ver si me escuchaban, pero parecía que no me oían. Decidí que si yo era una araña patona podía tejer una fuerte tela que me sirviera de trampolín, así lo hice, luego de mucho pensarlo, lo confieso, ¿quién me asegura que no caería en otro hoyo? Sentía tristeza porque dejaría en el pozo a muchos habitantes, incluso al cara de niño, a quien nunca le tuve fobia. Recuerdo que corrí a decirle que no me daba miedo y que si quería saltar conmigo tendría que ayudarme con mi trampolín, hace tiempo no tejía nada y se me había olvidado. Él venció su desconfianza y quiso que nos ayudáramos. La verdad entre dos es más sencillo, nos tardamos dos días, y quedó tan bien, para qué describirlo, sólo puedo decirles que saltamos duro y que no caíamos en ningún otro pozo, ahora somos seres libres. Yo me dedicó a tejer lindas telarañas y a disfrutarlo y el cara de niño vive en un jardín hermoso y ha logrado ser un bicho más seguro, trabajador y sonriente, justo lo que quería.
Como dicen: “uno es más feliz mientras más se parece a lo que quiere de sí mismo”.
3/02/05
Imagen en contexto original3/02/05
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