Quería zafarse de todos sus males, pero sus órganos le cobraban facturas que lo podrían por dentro. Recordaba su pasado como se ve el álbum de fotos de un extraño. Ya no podía saber si su vida era suya o le pertenecía a ese frío juego de frascos sobre el buró. Las inútiles horas sobrevenían con apatía desde que su vida desentonaba entre una dosis y la siguiente. La enfermedad era su único problema, recapacitaba, sin ella sería nuevamente un hombre feliz. Todo cuanto le interesaba de su vida, había pasado a segundo plano y ahora sólo le urgía curarse. Cada uno de sus intentos parecían no moverle, es como cuando el otoño se detiene y las hojas ya no caen. La desesperación vivía a su lado, era lo único que no lo había abandonado hasta ahora. Su casa tenía un ambiente triste, su mujer se había ido, su perro se salió un buen día y no hizo nada por encontrarlo, las plantas en el jardín agonizaban igual que él. Arruga la cara con horror y lo invade el pánico. Mientras piensa en su enfermedad, sus brazos comienzan a transfigurarse, ya no los siente, se mueven hacia dentro, como un calcetín que muestra la otra cara. Alterado corre hacia el espejo quien no le reconoce, sale de su cuarto y con sus manos viradas trata de tocar su rostro. Su cuerpo se retuerce de dolor y él casi desmayado, consigue regresar al buró y quiere beber todos sus frascos. Se mortifica antes de conseguirlo y pierde la noción del tiempo, se precipita en una caída estrepitosa. Se despierta aturdido, no sabe cuanto tiempo ha pasado así, su cuerpo parece transformado, se siente mejor. Corre de nuevo al espejo, ahora con más fuerzas y ve su cara en el reflejo, era como un otro y entretanto era él. Interroga cada parte de su cara, busca la verdad, sólo consigue saberse el mismo hombre, pero sin sufrimientos. Sale a la calle y tira la puerta, decidido a hermanarse con el mundo, llega a la esquina y trata de alejar los pensamientos de siempre de su mente. Las ideas como en estampida, regresan y regresan. Ahora sabe que se ha curado y camina como cualquier hombre sobre la banqueta. Disfruta su paseo, su sonrisa alumbra su cara y la avenida. Siente que la vida le ha regalado una oportunidad de sentirse saludable, mueve sus brazos, brinca y corre, luego vuelve a brincar y no se cansa. Su nueva vida le abre muchas puertas y quiere saber cual decidirá tomar, finalmente la elección siempre conduce a una renuncia. Los castigos se han ido y la culpa retrocede frente a esta sensación alegre que ya casi había olvidado. Retorna gozoso a casa y de tanto pensar en su nuevo cuerpo, se agota un poco y se duerme. Amanece como si nada, como si este evento fuera automático y no hubiera que ordenárselo a nadie. ¿Qué hacer con todo el tiempo por delante, es como miles de páginas sin escritura, esperando la tinta ansiosamente? - se interroga insistente antes de mover sus pies fuera de la cama. Esta sensación de historia a punto de comenzar le produce agotamiento y se mete en él. Comienza a incomodarse de estar abatido y del lienzo en blanco que es su vida. La casa sigue igual, nadie ha regresado y sigue solo. Ahora ya no le duele el cuerpo, le duelen los espacios vacantes y las cosas regadas por la habitación, las cosas de siempre, sus cosas. El otro lado de la cama lo mira con ojos iracundos, como quien reclama ser invisible. Se enreda en las sábanas que no lo dejan huir. Se exaspera y la respiración le golpea en el pecho. Desespera y su cuerpo le responde. Corre por toda la casa advirtiendo una amenaza recurrente y trata de evadir el espejo que lo investiga de lejos. Mientras, sus brazos se encorvan.
28/02/05
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