El amor qué cura
En vez de sangre corría miedo por sus venas. Algo perpetuo, como un gran tsunami que la ahogaba desde adentro hacia afuera. Era un sentimiento nefasto, decía que ya no era ella, andaba escondiéndose todo el tiempo, revisando las esquinas que dejaba atrás con cada paso, a veces se despertaba con sobresalto, ¡sus pesadillas eran tan genuinas!
Su mal se extendía, ya no le hacía falta estar dormida para sentir miedo, su cerebro no distinguía si las imágenes eran reales, sólo hacían que el cuerpo se le erizara. Había inventado miles de cosas: parches de pasiflorina con tila, remedios florales que cambiarían su estado de ánimo, masajes antiestrés, clases de yoga y karate en una estéril alternancia, puedo decir que lo intentó todo, hasta los extremos más placenteros: someternos a dosis altas de erotismo que nos dejaban relajados por tan sólo un segundo.
Lo único cierto es que los años pasaron y el miedo no se le fue. Empecé a preguntarme si yo era el espejo de su miedo o si se trataba de un mal congénito: bien dicen los galenos que la genética es irreversible. Una mañana abrió sus ojos acostada junto a mí y todavía tenía la imagen de aquel tipo extraño masturbándose en los asientos del cine me dijo, trataba de huir mientras él sostenía su brazo con fuerza y le decía jadeando – ¡dame un segundo…ya casi acabo! El sabor amargo seguía en su boca al levantarse de la cama mientras gritaba, cepilló sus dientes tan duro que le sangraron las encías. 5 a.m. de la madrugada y yo peleándome con ella sin saber si finalmente se había ido el tipo o seguía persiguiéndola, nunca supe bien que le pasó.
Me declaré incompetente, sin salida. Ya no habían diferencias, ni matices, ella se convirtió en un lugar oscuro e inhabitable donde yo no cabía. Solía sostener que si algo podía curarla era mi amor, pero terminé dudando de su certeza. El psicoanalista decía que su miedo era débil porque no la paralizaba, en efecto nunca dejó de tocar.
Cada día movía sus manos con más lentitud sobre el chelo, pero aún así, las melodías salían volando como siempre. La música le proporcionaba lo que yo no supe darle, una trinchera donde esconderse. La noche de ese día tocó un concierto de Dmitry Shostakovich, pensaba que estaba dedicado a mi pero luego me di cuenta que todo lo hacía para ella misma; por las cuerdas comenzaron a resbalar gotas de sangre y sus dedos tenían ranuras como la tierra recién arada, –sólo somos una herida profunda– me dijo mientras la veía lastimarse.
El amor que cura
Estoy rodeada de la espuma del Mar Rojo de la playa de Hurghada, él la trajo sólo para mí…viene seguido a verme. Las paredes están suavecitas por todas partes, llenas de espuma y está tan calentito aquí. Parece que se hicieron colchones alrededor de mí con tanta espuma.
En cada visita le digo que su amor me curó, me dio la tranquilidad que hace tiempo no lograba. Él sólo me mira con los ojos llenos de lágrimas: ¡es que me quiere tanto! Cuando lo tengo en frente sólo llora, antes nunca lo había visto hacerlo, por eso digo que ahora me quiere más y yo a él por haberme curado. Ya no vivimos juntos, porque duermo sola en esta habitación de espuma maravillosa, él dice que así lo decidimos los dos para estar mejor y yo le creo porque de hecho estamos mejor ahora. Siempre pensé que no soportaría más, le tenía miedo a todo y me ponía muy nerviosa estar enamorada de él. Fue una bendición que me tocara una pareja tan amorosa, por fin pude curarme.
22 nov 2005
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