También yo

Nunca he sabido -de manera objetiva- por qué somos así los seres humanos: basta con que nos digan “última llamada” y todos corremos a realizar las tareas que podríamos haber hecho antes. ¿Desafío al tiempo? ¿Ejercer cierto control sobre la vida, practicarlo con descaro en el último momento sólo para demostrar que sí podemos? Un deseo de locura se instaura a través de lo no realizado, comenzamos a sentirnos como en una aventura donde si no nos apuramos quedamos por fuera. El miedo a no pertenecer al grupo que obtuvo lo que nosotros andamos postergando, eso da fuerzas, las da para alcanzar las metas más inusitadas y después vanagloriarse de ello.
Hice una fila larga y cuando digo larga es muuuuy larga, tenía cientos de personas delante de mí, estábamos allí para ver la exposición de Egipto en el Museo Nacional de Antropología. Efectivamente, había surgido una urgencia colectiva: a todos y al mismo tiempo, justo el día en que clausuraban la muestra. Tenía meses colocada en el museo, abierta, disponible, pero eso de tener la cosa disponible se vuelve más seductor cuando uno vislumbra, cuando al fin comprendes: “ellos sí y yo no”, y en ese mismo instante nace el deseo irrefrenable de igualarse.
Nosotros afuera y en fila, rostros humeantes a pleno día, al otro lado del acceso, los faraones en sus sarcófagos no se enteran que ya pasaron a otro nivel (desde cuando). Pienso que la momificación es una especie de engaño premeditado, finges que no te has ido para los que se quedan, pero en verdad ya lo hiciste: te fuiste.
Esa señora aquí atrás parece que no sabe dónde está; también a ella le nació la urgencia ¡qué cosas!: quién sabe si la impulsaron las mismas razones que a mí. Cara sonriente, paraguas rojo, zapatos de hechicera: toda ella una Mary Poppins. Comenzamos a hablar más para distraernos que por interés mutuo. Encendí mi cigarro, ella estornudó, supongo que el humo le cosquilleó la nariz, realmente me importó un comino y seguí con las bocanadas y la plática.
Su vida feliz en el restaurante, me la contó toda con lujo de detalles, al fin, teníamos tiempo, que si los manteles a cuadros, que si los floreros desgastados y hasta su esposo de muy buen parecer. Imaginaba su cara siciliana gritando por la ventanita que daba a la cocina donde estaba ella:
–¡Melanzane, mujerrrrrr, melanzane!
Ella sonriente, melanzanes van y melanzanes vienen, simplemente gozosa: una sonrisa por cada plato. El tipo seguro que le gritaba, seguro.
Se veía tranquila a pesar de la muchedumbre y las horas de espera, entendí que ya tenía entrenamiento en soportar. Yo, por mi parte, sí me considero una novata, creo que estoy en el estado larvario de la paciencia. A la hora, ya echaba chispas por la piel y estaba en pleno ataque de ansiedad ansiosa (bien vale la redundancia).
Dos horas, tres, cuatro, mis pies con rechinidos de puertas gastadas en cada paso; no crean que la fila se movía mucho, era un minipaso cada treinta minutos, secuencias lentas de minipasos. Yo en mis minipasos y Mary Poppins atrás con su carota sonriente; no sé que era más irritante, si su cara o mi inoportuna maña de ver el reloj.
Anunciaron por el parlante:
–Estimado público, les informamos que el museo cerrará el acceso en una hora, lamentablemente sólo pasarán a ver la exposición aquellas personas que estén formadas en el pasillo interno. Gracias.
Qué podía ser peor, la sentencia de último minuto y yo a diez minipasos de la puerta hacia el mentado pasillo. Diez minipasos, calculando según el recorrido anterior llevaba más de una hora ese trayecto; comenzaron a asfixiarme los cálculos, por qué no podía ser como ella, así: ¡una durmiente feliz!
Cada tanto añadía una parte a su anécdota; tal vez será un poco mitómana la mujer, pobre, quizás su marido sí la maltrataba y le atrofió el cerebro; y absolutamente sonríe, qué pecado, sonrisa, siempre sonrisa. No se puede gastar la vida sólo sonriendo, sonrisa, sonrisa, qué es eso; la fila avanza un minipaso, ya estoy más cerca y ella, sonrisa, sonrisa. Quería empezar a trepar gente, subirme a las cabezas de la gente, treparme por arriba, uno, otro, avanzar lugar y meterme a la fuerza. “Señor, arrímese que está estorbando”, me meto así no más, a lo bestia.
Bestia, sí, soy larva, ¡larva total! En capullo o espuma como los sapos, que ponen espuma, o capullo de mariposa tal vez. Le hablo a Mary, más vale que me distraiga sino explotaré; una larva explotando suena horripilante, mejor hablo.
–¿Y por qué cerró el restaurante señora?
–Ay, mija, enviudé, eso pasa.
Uy... ya metí la pata, metí mi pata de larva con patas, quién me manda a preguntar, mejor me quedo larva muda, mejor, pero no...
–Qué pena, señora, mil disculpas.
–No te preocupes, a esta edad ya no se repara en la muerte, simplemente se sabe que llega, uno sólo espera.
Y los que no sabemos esperar... ¿qué? ¿qué hay de las larvas que no saben esperar?
–Qué cosa... y venimos a ver muertos en el museo como si fuera un espectáculo, será que los egipcios la esperaban, digo a la muerte... ¿usted qué cree?
Ahí está otra vez sonríe, sonríe.
–Yo qué sé, yo vine para distraerme, cuando uno está sola, tiene que distraerse porque si no...
Mary volteó de momento, dejó la frase cortada... y ésta qué ve... ¿qué ve? Sonríe, qué será que vio. Yo miré con mi cara de larva impresionada, se calló la señora y yo miré hacia dónde ella miraba. La fila había avanzado mucho, sólo nos faltaban dos lugares para el pasillo de la fortuna. Había logrado distraerme con su historia del marido muerto y ya casi estábamos por entrar.
Revisión de bolsas, aparatos antimetales, vip, vip; del otro lado, finalmente: el pasillo interno. Mary se despidió y yo sentí mi capullo, la espuma, mi condición apremiante de larva.
Corrí hacia La Sala de los Sarcófagos, con el cuento del marido muerto, se me antojaba uno, verlo, aunque fuera producto de un engaño premeditado, sí, se engañaban, lo hacían, igual que ella, que si espera la muerte, que si distraerse, que su dichosa sonrisa.
Inscripciones egipcias traducidas al castellano, qué ocurrencias las del curador. Paso la mano por el sarcófago, la cuidadora de sala dice “por favor, no lo toques”. Yo larva, ella exige, con eso no se puede, seguro ella sí los toca cuando nadie la ve.
Me pongo en un ángulo discreto lejos de su mirada que se parece a la sonrisa de Mary: me obligan, ambas me obligan. Vuelvo a pasarle la mano...el deseo cumplido, la urgencia satisfecha. Logré estar, ya pertenezco a los que estuvimos; el marido muerto de Mary ya no me importa, ni su sonrisa. La cuidadora no me ve.
Ya no puedo esperar, sigo larva, larva hasta mañana: la siemprelarva. Decir que estuve como ellos, sólo espero mañana para decir que estuve, sí, yo: seré igual, igual a ellos: ¡qué sabroso! Tantas horas de minipasos... El esposo de Mary se ha ido al igual que ella y la cuidadora. Se irán los faraones, pero yo no, yo larva, sigo aquí, larva satisfecha y presente, ay mañana... cuando les diga: ¡yo también!



28 nov 2006


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