La ciudad más segura del mundo


La Cristina mira desde afuera. Mira hacia dentro de. Mira a través de la ventana. Seguro está mirando lo que pasa en el pequeño, muy pequeño restaurante.
¿Y yo? Yo miro a la Cristina. La miro mirar.
Las mesas abarrotadas. Los clientes apilados tragan como si fuera quincena.
La Cristina mira. No es su culpa que las mujeres tengamos que mirarlo todo a toda hora. O sí.
La Cristina mira a la familia de seis personas que se sienta en una mesa de cuatro. Cuando algún miembro de la familia corta la carne, el familiar sentado a su lado tiene a juro que masticar. Contra su voluntad.
En estos lugares nadie es libre. Mucho menos para comer.
Seguro la Cristina está deseando locamente la chuleta ajena. O quizás la ensalada o el puré.
Pero la Cristina dirige su mirada hacia la barra del restaurante. Adonde se va la atención migra el deseo.
Seguro la Cristina envidia a la que sirve los tragos y tiene sonrisa de postal. Se mueve de un lado al otro de la barra como si estuviera bailando flamenco. Los ojos de la Cristina bailan con ella. ¿O por ella? Pronto deja de verla y empieza a observar a la mujer que atiende en la caja del restaurante.
Seguro la mujer de los dineros le quitó el marido a la Cristina. Por eso la mira así.
La Cristina mira otra vez a la familia comprimida de antes. La mira mientras la mujer camarera le recoge los platos.
Entonces seguro la del problema es la camarera, con su cara de buscapleitos.
La Cristina las está mirando a todas. La mujer de la barra, la mujer camarera y la mujer cajera.
Seguro la Cristina necesita un empleo.
Seguro yo también.



 ~ nadirchacin.com
Barcelona, 15 de marzo de 2013


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