Me subo al metro y me siento en los asientos reservados para personas con discapacidad. Al lado de mí viene un señor bastante mayor, bien vestido, con una maleta. Se nota que está de paso por Barcelona.
Estamos sentados y delante de nosotros de pie viene una familia de la India, madre, padre y niño pequeño de unos 6 años, todos ataviados con sus atuendos tradicionales.
Veo que el señor le está haciendo sonrisas al niño e intenta llamar su atención. El niño está detrás de la falda de su mamá, bien agarrado a la tela, y de vez en cuando asoma su pequeña cabeza y mira al señor con una mirada de desconfianza.
Yo digo en voz alta, en tono de chiste y en inglés: "Your son is making a face that says: what does this man want from me?"
[Su hijo está poniendo una cara de: este señor qué quiere]
Acto seguido el señor le dice al niño: "No te voy a hacer nada", así en español. Y procede a desabrocharse la camisa, los primeros botones de arriba, y le dice -siempre mirando al niño fijamente-: "Mira esto, no te voy a hacer nada." Le enseña que lleva un crucifijo de oro colgado del cuello. Y yo pensé enseguida "por qué habrá hecho eso", pero no añadí ninguna palabra.
Reflexioné con rapidez que la señora tendría que apartar al niño del alcance de ese señor y ahora que sabemos más sobre él quizás debería cambiarse hasta de vagón. En seguida llegó la siguiente estación y el señor que habla con niños desconocidos en el metro se bajó del vagón.
Barcelona, 23 de febrero de 2024.
Texto © Nadir Chacín
Foto © Shutterstock, Metro de Barcelona.
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Re-escritura
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El nombre del señor (Versión II)
Me subo al metro y me siento en los asientos reservados para personas con discapacidad. A mi lado, está un señor mayor, bien vestido, con una maleta que sugiere que está de paso por Barcelona. Su presencia es tranquila, casi inocua, pero algo en su postura me hace sentir incómoda.
Frente a nosotros, una familia de la India: madre, padre y un niño pequeño de unos seis años. El niño se aferra a la falda de su madre, escondiéndose cada vez que el señor le dirige una sonrisa. Es una sonrisa enorme, casi exagerada, pero sus ojos no la acompañan. Mientras su boca se curva ampliamente, su mirada permanece fría, casi vacía, como si estuviera mirando algo que solo él puede ver.
El niño asoma la cabeza de vez en cuando, pero sus ojos no reflejan curiosidad, sino algo más parecido al miedo. Es como si intuyera que ese señor no es lo que parece.
En un intento por aliviar la tensión, digo en voz alta, en tono de chiste y en inglés: "Your son is making a face that says: what does this man want from me?". [Su hijo está poniendo una cara de: ¿este señor qué quiere?].
El señor, sin inmutarse, me mira por un momento, pero no dice nada. Luego, con movimientos lentos y deliberados, se desabrocha los primeros botones de su camisa. El crucifijo que lleva al cuello brilla bajo la luz fluorescente del vagón. "Mira esto" le dice al niño, mirándolo fijamente. "No te voy a hacer nada."
El crucifijo cuelga de su cuello como un amuleto, pero en lugar de inspirar confianza, parece una advertencia. Su brillo es frío, casi amenazante, y por un momento tengo la sensación de que no es un símbolo de fe, sino algo vivo que palpita bajo la superficie dorada como si tuviera una energía propia.
El niño se esconde completamente detrás de su madre, y yo pienso si debería decirle algo. Pero el metro avanza, y el señor se limita a sonreír, como si nada hubiera pasado.
En la siguiente estación, se levanta y sale del vagón. Lo veo alejarse por el andén, su figura desvaneciéndose entre la multitud. El niño, sin embargo, sigue mirando hacia la puerta, como si aún lo viera allí. Su madre lo abraza con fuerza y yo me pregunto cuántas veces ese crucifijo ha buscado miradas infantiles en la oscuridad de otros metros.
Barcelona, 21 de marzo de 2025.
Texto © Nadir Chacín
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